En estos tiempos en los que hemos tenido que depurar lo que es verdaderamente importante y lo que no, hemos identificado aquello en lo que invertíamos nuestro dinero y energías y que finalmente no nos aportaba nada, hemos tenido que aprender a vivir con menos y a apreciar las pequeñas cosas, la danza se presenta como un aspecto que debimos postergar.
Es lógico pensar que, entre la comida, el arriendo, los servicios, la educación de los niños, invertir tiempo y dinero en “bailar” queda en el último lugar. Sin embargo, seguimos revisando redes sociales, buscamos tutoriales, alguna clase por allí, o nos tomamos 5 minutos antes de bañarnos para bailar alguna melodía, porque en el fondo la danza representa una válvula que abrimos para quitarnos todos los pesos emocionales y físicos, lo que a veces resulta importante para manejar con éxito todo lo demás.
El significado y propósito de bailar, para muchos, ya dejó de ser la fantasía del escenario y el cantar de los aplausos.
En la danza encontramos ese momento íntimo de conectar con nuestras emociones, sentir profundamente esa tristeza, alegría, rabia o angustia que nos genera alguna situación, manifestarla en cada poro de la piel de forma muy particular, mover esa energía e impregnar optimismo y perspectivas diferentes a esas vivencias. Emocional y físicamente existe un cambio total antes y después de bailar y tiene un montón de explicaciones psicológicas y fisiológicas. Lo cierto es que no sólo la danza genera eso, cualquier arte lo hace de la misma manera y cada uno en su individualidad nace con cierta tendencia a identificarse con uno o con otro. Los que lo hacemos con la danza sabemos cuanto bien nos hace, el valor que tiene en nuestras vidas. Por algo seguimos intentándolo, por alguna razón, aunque nos rendimos una y otra vez seguimos aquí, persiguiendo movernos y danzar con nuestra magia.
Por algo estas leyendo este artículo, simplemente porque eres danza y estas hecho para danzar en esta existencia.
Eso forma parte de ti y de tu inmenso valor.
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